Un servidor público de la Subdirección de Agrología del Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC), narra cómo un pequeño disgusto con su mujer impidió que asistiera a un evento en el Club de Armero, uno de los primeros que fue arrasado por la avalancha que borró del mapa al municipio tolimense.
Hace 30 años, como le pasa a la mayoría de hombres casados, uno de los principales dolores de cabeza que le aterraba a Germán Arias, un hombre de 67 años natal Circasia (Quindío), era una discusión o una pelea con su mujer.
Sin embargo, el 13 de noviembre de 1985, cuando Colombia se vistió de luto por la avalancha que sepultó al municipio de Armero en el Tolima, una llamada telefónica con tono de pelea con su señora logró evitar que Germán pasara a engrosar la lista de víctimas que fueron arrasados por el lodo.
Para esa época, la familia Arias, conformada por Germán, su esposa Patricia (con un embarazo de 8 meses) y su primogénito Juan Camilo, vivía en la población de Mariquita, ubicada a 20 minutos de Armero, en una quinta inglesa. Pero Germán trabajaba como gerente de la planta de semillas de la hacienda El Puente en Armero, supervisando los cultivos de maní, sorgo, soya, arroz y algodón.
Pero ese fatídico día Germán estaba solo en tierras tolimenses. Patricia había viajado a Bogotá a donde sus padres para seguir las indicaciones de su doctor: quietud absoluta, ya que el nuevo integrante de la familia Arias, Miguel Francisco, podría llegar antes de tiempo.
Ese 13 de noviembre, mientras Germán supervisaba unos cultivos de maní en Mariquita (que cuenta con suelos aptos para este desarrollo), su esposa tenía un chequeo con el médico especialista. Por esa razón, cuando terminó su jornada laboral, hacia las 5 de la tarde, lo primero que hizo Germán fue tratar de comunicarse con Patricia.
“Al llegar a mi casa en Mariquita, la cual aún conservo, me percaté que había caído una especie de ceniza, pero yo estaba preocupado por la visita médica de mi esposa. Inmediatamente la llamé con insistencia a la casa de mis suegros para conocer el resultado de la consulta, pero nadie contestaba. Estaba decidió a viajar a Bogotá. Hacia las 6:30 de la noche hice el último intento, y ella misma contestó. Yo estaba alterado, ansioso y tenía mucha angustia al pensar que no estaba acompañándola en ese episodio tan significativo para nuestro hogar. Le hice un acalorado reclamo por no contestar antes, ante lo que ella, con total calma, me explicó que el médico le había recomendado caminar para mejorar la ubicación del bebé dentro del vientre. Patricia me notó alterado por mi ansiedad y se molestó. No me reclamó ni me regañó, pero si me colgó el teléfono”, recuerda Germán.
Esa colgada de teléfono fue el salvavidas de Germán, ya que debido al “desplante” se disgustó demasiado y decidió no asistir a un evento programado por una casa de Agroquímicos en el Club de Armero en horas de la noche.
“El Club de Armero fue uno de los primeros que fue arrasado por la avalancha de agua, lodo, árboles y escombros. Esa noche perecieron todos los asistentes, entre ellos mis 22 colegas. Por esa razón digo que una pequeña discusión marital con mi esposa me salvó de ser una de las víctimas, lo que hoy me permite narrar esta historia. Nunca pasó por mi mente que esa noche del 13 de noviembre, ese cráter activo, fuera a causar semejante catástrofe”, apuntó Germán.
Rumbo a Armero
Algo molesto por la pequeña discusión, pero agradecido por el buen estado de salud de su mujer y su futuro hijo, Germán se quedó en su quinta en Mariquita.
A las 10:50 de la noche, una llamada de Julio Robelledo Arboleda, dueño de la hacienda El Puente, donde trabajaba, le movió el piso a Germán. “Me dijo que lo ayudara a rescatar a su hija, que estaba con unos compañeros de la universidad en la casa de la hacienda”.
Ante la desesperada solicitud, Germán salió apresurado rumbo a Armero. “Pude constatar que el río Gualí se había desbordado y arrasado con el puente que de Mariquita conduce al Fresno. Al llegar al río Sabandija, me encontré con un señor que sacaba del lodo a una niña de 8 años muerta; fue mi primer encuentro con lo que después sería inconmensurable”.
Ante la imposibilidad de llegar a Armero por esa vía, Germán se regresó a Guayabal. “Allí me encontré a unos estudiantes de la Universidad de Honda que vivían en Armero, entre ellos Leticia Rondón. Habían tomado una clase extra en la universidad: eso ¡los salvo!”.
Íbamos a tomar la carretera Honda-Cambao-Armero, pero en Honda fue imposible pasar ante el daño causado por el río Gualí. Germán decidió regresar a Mariquita e invitó a los estudiantes a su casa. “Por las noticias tan desalentadoras, decidimos que era más prudente esperar a que amaneciera”.
A las 5:30 de la mañana, Germán y los estudiantes se dirigieron hacia el aeropuerto de Mariquita. “Una avioneta bimotor de la Aerocivil se dirigía hacia Armero. Al regresar hablé con el piloto, quien me condujo ante el ingeniero de reconocimiento. Él me informó ¡Armero desapareció!, solo queda un 5 por ciento y hay personas en algunos sitios altos. Comuniqué la terrible noticia a los estudiantes, quienes irrumpieron en llanto”.
Decidieron ir inmediatamente a Guayabal. “Ya traían volquetas completas con cadáveres, a quienes les lavábamos la cara para identificarlos. Se anotaban en un registro sus nombres y se narraba la ubicación de la fosa común, donde se inhumaban”.
Testigo de la tragedia
Antes de comprar su quinta en Mariquita, Germán vivía en Armero. Sin embargo, con su esposa decidieron mudarse para conformar su núcleo familiar en un sitio más tranquilo.
Pero el peso de sus recuerdos, y por las miles de personas que conoció en el trabajo y en su vida en Armero, Germán sabía que tenía que ir a su antigua morada. Así llegó al desaparecido municipio el 14 de noviembre entrada la noche.
“Esa noche del 14 de noviembre instalé una carpa en la parte alta del cerro Lumby, sitio que albergó a más de 200 personas. Mi carpa sirvió de refugio para 8 personas, quienes trataban de conciliar el sueño después de un agitado y triste día. Ante mi profunda afectación y sentimiento, que me impedía llorar a pesar de querer hacerlo para extrovertir y darle salida a esa zozobra, escuché una voz esperanzadora: ingeniero “el sol sale todos los días”, me dijo una señora que con su esposo se salvaron la noche anterior de la ya denominada –catástrofe de Armero”.
Germán recuerda que en la mañana del 15 de noviembre llegaron a la loma, donde había una finca, muchas personas prácticamente desnudas que se habían salvado del lodo y que buscaban albergue. “No puedo olvidar cuando llegó Cecilia Palomo, dueña de un restaurante, y que traía bultos de menudencias de pollo y otros con panela; inmediatamente procedió a distribuir un magnífico caldo y una agua de panela para todos”.
“Yo conocía al dueño de esa finca, quien se encontraba en Bogotá. Espontáneamente tomé el liderazgo de la situación, ya que se requería de una directriz y un orden. Rápidamente conformé unos comités así: abastecimientos de alimentos y ropa; de limpieza (que sacaban agua de la piscina para los baños, ante la posibilidad de que el agua estuviese contaminada); y el de regulación del agua potable de los tanques destinados para tal fin. Fue necesario decomisar fogones con combustible de gasolina, peligroso para la comunidad y otro que opero, para evacuar a las personas a medida que se comunicaban con sus familiares en muchas partes del país”.
Según Germán, efectivos del Ejército dieron a conocer las medidas tomadas para impedir el sacrificio de más vidas. “Una de ellas fue alejarnos de las zonas planas cercanas a los ríos, recomendación fundamentada en las repetidas noticias que alertaban sobre posibles nuevas erupciones del cráter activo del Nevado del Ruiz”.
En la penumbra de la noche, sentado en el prado, fuera de la carpa, Germán tuvo un momento de reflexión y una mirada a su pasado: “Se me presentaron recuerdos muy vividos, relacionados con el Nevado del Ruiz. Recordé mi arriesgada e intrépida actividad como escalador de las cumbres Andinas, que me permitió conocer muchas partes de este bello país. Cuando cursaba bachillerato, en la ciudad de Manizales, se fundó un magnífico y organizado grupo de practicantes de este deporte, actividad que continué en la Universidad de Caldas, donde estudiaba ingeniería agronómica”.
“El cráter activo del Nevado del Ruiz, con una altura 5.432 metros sobre el nivel del mar, era uno de los sitios obligados para ser escalado. En esa época tenía 1.200 metros de diámetro, 250 metros de profundidad y manifestaba por las múltiples fumarolas ubicadas en las laderas profundas del cráter, la salida de gas que producía una decantación del azufre y tomaba caprichosas formas al cristalizarse. Recuerdo que al presentar una muestra de estas rocas, en el hotel “El Refugio”, ubicado en las estribaciones del Nevado, se consideraba como la prueba para otorgar el diploma del Cumanday, denominado así en honor al cacique que murió en el cráter activo, tratando de huir de la persecución de los españoles”.
Germán, nostálgico por revivir y narrar sus recuerdos de Armero, culminó su relato con esperanza: “El 13 de noviembre de 1985 se conmemoran 30 años…no puedo evitar preguntarme ¿qué habrá pasado en la vida de cada uno de ellos? Solo sé, que ¡el sol sale todos los días!”.